Recordando un título de unas tiras cómicas de una revista satírica que hacia algo así como “Mujeres, O diosas?” jugando con el doble sentido de la presencia o ausencia del espacio para variar el significado de la palabra (“Mujeres o diosas”, o bien, “Mujeres odiosas”), la lástima, es que en este caso, el masculino no acepte este juego de palabras, pero espero que se entienda este título.
La intención de este artículo es reflexionar sobre actitudes de presuntos maestros ante sus estudiantes y la vida en general, olvidando lo que deberían haber aprendido y lo que deberían ser las artes marciales o el denominado Budo en general. En el mundo de las artes marciales hay muchos autodenominados “Maestros” (A veces con toda la palabra en mayúsculas, como haciendo el título más importante) siendo unos practicantes, a veces, más que mediocres; si nos remontamos a la época de los gremios artesanales, el título de maestría era un título otorgado por el resto de maestros del gremio, por lo que uno mismo, nunca podía autodenominarse así. Los tiempos cambian, si, pero, ¿a mejor?
Mucha gente cree que por el mero hecho de formar, de instruir a alguien se le tiene que llamar maestro, cuando la palabra más adecuada sería, tal como la acción que desarrolla indica, formador o instructor; el título de maestro se debería otorgar de una forma muy controlada y bajo acciones especiales. Otro tema importante es el creciente mercantilismo de grados en las artes marciales, facilitando así la alta propagación de “instructores” en estilos que apenas han practicado y en la propagación de una imagen no muy correcta de lo que el estilo en cuestión debería ser, a veces, maestros con un grado X en un estilo, reciben el mismo grado en otro estilo distinto que apenas han practicado, por el mero hecho de asistir a un curso y pagar (o no) unas cuotas o unos gastos de gestión de la convalidación. Tampoco ayuda el hecho que muchos instructores puedan creer que al tener un grado más o menos elevado en un estilo les hace poseedores de toda sabiduría marcial y, por tanto, ya no se les ofrece esa convalidación comentada, si no que ellos mismos la reclaman, ostentando su grado siempre que les es posible, no mostrando ni pizca de humildad ni sentido común. A gente de este tipo, que no para de buscar grados y grados, incluso, muchas veces, creando su propio estilo para otorgarse a ellos mismos el máximo grado, se les conoce “trepadores de grados”, y suelen olvidarse de la técnica para centrarse, básicamente, en sumar grados a su currículo marcial ya hinchado.
Personalmente me he encontrado con “instructorcillos” que llevan la clase a base de gritos e insultos, menoscabando la personalidad del alumno tratando de crear clones suyos. Por supuesto, manteniéndoles el máximo tiempo posible, evitando que aprendan, para, así, ganar más dinero. Para este tipo de gente, las artes marciales son un camino competitivo donde todo vale para mantenerse arriba y lo que importa es el nombre y éxitos competitivos, lo que no de nombre y dinero rápido para ellos, no sirve.
Un punto de vista sobre las artes marciales que he ido desarrollando a lo largo de mi experiencia marcial es que deberían ser una formación complementaria a la escuela y a la familia, ayudando al alumno a encontrar su sitio en la sociedad y a formarle una personalidad fuerte, independiente, crítica y responsable; tarea harto difícil para quienes las artes marciales son sólo pegar patadas más altas y más fuertes que los demás.
En las artes marciales se enseña, o debería enseñar, un respeto hacia todo ser viviente; el alumno es, o debería ser, consciente del daño que es capaz de hacer y por eso aprende a controlarse y ayudar a proteger a quien no está en su misma situación de control; el problema es cuando un alumno llega a instructor (ya no digo maestro) y cree que a partir de ese momento todos sus alumnos le deben respeto; esa situación sería otro fracaso del formador al no haberle sabido inculcar la lección de que el respeto se gana con el día a día, no se puede exigir respeto a nadie, y mucho menos cuando tu no lo das; no por ser instructor con un grado X todo el mundo te tiene que tener respeto por tu cinturón; el respeto se te otorga por lo persona que eres, por la gente a la que has formado y por el respeto que transmites, ni más ni menos.
Diversos MAESTROS (y si, lo pongo en mayúsculas) que he tenido y con los que gozo de una gran amistad, me enseñaron que las artes marciales se basan en cuatro pilares; en el respeto hacia los demás y todo lo que nos envuelve, humildad para poder aprender con la mente abierta, perseverancia ante la vida y cualquier actividad que se lleve a término y paciencia para poder siempre tener la mente clara y poder evitar las malas energías que nos pueden envolver.
Evitemos olvidar esta lección aplicable no sólo en las artes marciales, si no en la vida misma.